Hablando
desde la ignorancia, puedo considerarme una de tantas personas que oyen día a
día los conceptos tipo prima de riesgo, endeudamiento, déficit, etc. Como una
de tantos, me cuesta asociar todos estos conceptos para aclarar la idea de
crisis, pero igualmente, como una de tantos, fracaso en el intento de
configurar un conocimiento del tema. No soy economista, soy ciudadana de a pie,
con un pie en la facultad y otro en el INEM, y cuando pregunté a un experto,
“¿Qué me cuentas de la crisis?”, él me contestó: “lee”. Y sí, leer es ahora
mismo un foco de luz bastante esclarecedor. Leyendo las aportaciones de los
compañeros puedo comprender por qué está España como está.
España
no va bien, hace mucho que todos entendimos que no iba bien y aún así, nos
empeñamos en hacer que vaya a peor. Todos tenemos ya la palabra crisis entre
ceja y ceja y parece imposible sacarla con las pinzas de la austeridad.
La
crisis económica empezó hace ya una década, tras los atentados del 11S. EE.UU.
puso a los pies del mundo el acceso a créditos libres y tipos de interés bajos
para uso y disfrute de las empresas para que a estas les fueran bien las cosas.
España se apuntó un tanto y Aznar tuvo la brillante idea de fomentar la
construcción a toda costa (nunca mejor dicho) en nuestro país. Todos los
empresarios españoles se subieron al carro sostenido por ladrillos y empezaron
a invertir en el suelo español. La cosa iba bien: la vivienda estaba por los
suelos, y todos nosotros podíamos comprar un hogar. Pero este hogar era
insostenible y el tiempo dio la razón a esta afirmación. El precio de la
vivienda empezó a subir con el paso de los años debido a la excesiva demanda, y
los españoles seguían cobrando el mismo sueldo que años anteriores (mucho menos
en comparación con el precio del suelo), lo que supuso un desequilibrio en la
economía del país. Fue el momento en el que los bancos y sus concesiones de
créditos entraron en escena. Los requisitos para la concesión de créditos
empezaron a suavizarse, lo que permitió a muchos obtener capital para
subvencionar su casa, pero este castillo de naipes empezaba a tambalearse y
pronto se derrumbaría. Al estallar la crisis en Norteamérica, la UE se echó a
temblar, pues como bien se dice, si EE.UU. estornuda, Europa se resfría, y
efectivamente, los europeos cogimos una gripe (y no precisamente la A) de la
que aún tratamos de recuperarnos.
Pronto
supimos la gran catástrofe: EE.UU. estaba en crisis. Tal como pronosticaba el
economista Nouriel Roubini, fuimos de una crisis financiera a una de divisas,
pasando por la económica y fiscal. El testimonio, recogido por Samuel Carcar en
un artículo de opinión de El País, advierte
de manera catastrofista la inminente caída de los mercados que resultó ser una
arrolladora realidad.
Con
la caída del Lehman Brothers se procedió un rescate histórico de la banca
estadounidense de 700.000 millones de euros, lo que empezó a hacer temblar las
bolsas europeas. Así, la crisis llegó también al continente europeo, dejando a
los países del euro tiritando y con la
soga al cuello, pues la moneda común empezó a devaluarse y empezó a hacer
quebrar las bolsas de los países más sesgados, propiciando el rescate de los
más débiles como Portugal, Irlanda y Grecia –recientemente, el empeoramiento de
la situación económica de este último está propiciando su inminente salida de
la zona euro-.
Se
hacen hipótesis y se intentan buscar explicaciones sobre por qué esta crisis
sigue entre nosotros y por qué aún no ha desaparecido. Los expertos predecían
que pasarían muchos años hasta vernos totalmente recuperados, pero la situación
parece no mejorar. En un artículo publicado por Zsolt Darvas se baraja lo que
éste ha llamado Las 10 raíces de la
crisis, intentado aproximarse a este por qué de las cosas e intentado
proponer soluciones. Entre esas raíces, Darvas nos habla de falta de mecanismos
para adaptarse al ajuste estructural (a excepción de Alemania), de pedir
disciplinas únicamente a los Estados y no al sector privado -lo que propició un
desequilibrio- y entre otras cosas, que estamos ante una crisis no sólo
financiera o fiscal, sino de gobernanza. Y es que, tal vez, la solución se
encuentre en este último factor: tal y como afirma Darvas, como comunidad de
moneda única que somos deberíamos tener una relación de cooperación, no de
dependencia. Darvas habla de que una posible solución, y es la creación de una
federación bancaria, apostando por la centralización de la toma de decisiones,
regulación y supervisión. Idealizando una unión entre Estados, se procedería a
la creación de un eurobono que emitiese
títulos comunes en vez de títulos soberanos. Sin embargo, y aunque parece fácil
de conseguir, esta idea resulta ser una utopía a causa de la falta de unión
entre nuestros queridos Estados miembros. Alemania, con Merkel a la cabeza y
con la ayuda de Francia, -el temido matrimonio Merkozy- sale adelante haciendo que ahora todos los países miembros
de la zona euro dependamos casi por entero de ella. Estando en una comunidad de
moneda única, lo natural es que los Estados miembros nos ayudemos los unos a
los otros, más que nada porque como uno caiga, caerán el resto (algo que ya
está pasando).
Sin
embargo, la naturalidad y la solidaridad no es algo atrayente para los
gobiernos, y salvarse el pellejo es más rentable. Y hoy en día estamos
asistiendo todos a una dictadura económica otorgada por los alemanes. Las
decisiones ya no se toman en Bruselas: se cocinan en Berlín y se sirven en la
sede de la UE.
Ahora todos obedecemos y callamos, o eso
parece que hace nuestro gobierno. Desde las altas esferas de la UE nos llegan
unas medidas asfixiantes, pero que, por nuestro bien, debemos desempeñar. Se
nos pide cumplir el objetivo de un déficit del 3% y parece que no conseguiremos
bajar del 6,4%, todo esto habiendo sacado las tijeras. Está claro que los
recortes en sanidad y educación o la subida del IVA son sólo un aperitivo de
las penurias que los españoles tenemos que comer aún. Para más inri, las
queridísimas agencias Moody´s o SP parecen dar el abrazo mortal, quitando a
España confianza y credibilidad. Quizás Europa debería dejar a un lado los
fatídicos pronósticos de agencias americanas para que no nos echemos a temblar
cada vez que veamos si la prima de riesgo sube o baja.
Los
Estados miembros se ahogan, los objetivos no se cumplen, nos encontramos en una
espiral que parece no tener fin, y seguimos intentando que nadie tire de
nuestra manta para no caer con el equipo, obviando que la dependencia no es el
camino definitivo, y que si no comprendemos este concepto, acabaremos todos con
el síndrome de la gata loca (Ángel
Luis López, ddclm.com), nos seguirán haciendo daño y nosotros lo consentiremos.
Esta
situación pone muy difícil la búsqueda de soluciones, de momento sólo vemos
recortes y falta de cooperación, ¿Nos espera un desenlace como el de Grecia?
¿Está España al borde del rescate? ¿Acabaremos nosotros diciendo, “1 euro, 166
de las futuras pesetas”? Parecen preguntas apocalípticas, esperemos acabar
respondiendo que NO.
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Raquel Martín Juan (@RachelMJ7)