Un año después, parece que casi nadie
se acuerda de Julian Assange y Wikileaks. Mientras tanto, algunos problemas
persisten: La crisis económica sigue ahogando a los ciudadanos, que asisten
atónitos a las mentiras de sus presidentes y monarcas. Los recortes crecen proporcionalmente
al pesimismo de la gente. La desesperación ya no deja espacio para pensar en
otra cosa y menos para acordarse de un 2011 tan gris como el año que tenemos
por delante. Pero hay algunos logros que sí merece la pena recordar.
Como ya anunciábamos, en el ámbito
periodístico fue el año de Wikileaks. La organización de Julian Assange golpeó los
cimientos de muchos regímenes democráticos o ¿quizás deberíamos llamarlos
pseudocráticos?: “Assange y su constelación de colaboradores denuncian la
conversión de la democracia (ya sin adjetivos) en pseudocracia: el gobierno de la mentira (pseudo, en griego). Un modelo que
se justifica y presenta como securocracia: el
gobierno que recorta la libertad en nombre de la seguridad. El miedo a la
libertad es su esencia fundacional. El totalitarismo su unidad de destino Universal”.
(Víctor Sampedro, 2011)
En realidad, los documentos facilitados
por Wikileaks son sólo la constatación de que lo que todos ya sabíamos. Tras la
aparición en el escenario mediático de todas estas revelaciones, quedó más que
demostrado el poder de Estados Unidos como un incuestionable árbitro internacional.
Como ejemplo, podemos destacar dos cuestiones muy polémicas sobre las que se
perciben los intereses del gobierno norteamericano: la ley Sinde y el asesinato
de José Couso. La importancia de estas filtraciones se constató con la reacción
de los gobiernos implicados, desacreditando a su fundador, Julian Assange, y
prohibiendo el sistema de donaciones. Desde que estalló la bomba
informativa, Julian Assange ha sido perseguido e incluso acusado de abusos
sexuales. Para ejemplificar la locura a la que se llegó, sólo hay que citar la
existencia de unas fotografías que circularon por Internet, en las que se
mostraban los condones supuestamente usados por el fundador de Wikileaks.
Si nos
centramos en las consecuencias para el sector periodístico, Wikileaks ha dejado
en evidencia a las empresas periodísticas, demasiado preocupadas en no desvelar
escándalos por los intereses económicos y políticos que hay detrás de las
mismas. Esta página web no es más que la prueba de la escasa confianza que
despiertan los medios de comunicación para la sociedad ya que han dejado de
cumplir su función como vigilantes del poder. Por ello, algunos ciudadanos han
utilizado Wikileaks como contenedor de informaciones, refugiándose en la
absoluta privacidad garantizada por sus creadores. El problema es que un año después, apenas ha
habido repercusiones para los gobiernos implicados. Este tipo de datos deberían
derribar o al menos noquear a algún que otro político y sobre todo, deberían
hacer reaccionar a los ciudadanos. Sin embargo, las protestas han quedado
reducidas a unos cuantos comentarios en las redes sociales. No debemos olvidar
que “Wikileaks constituye, ante todo, una llamada a que nos autoconvoquemos
como contrapoder democrático. En términos de fábula: es un llamamiento a que nos
constituyamos en cibermultitudes que, pasando de la pantalla a la calle y a las
instituciones, denuncian al emperador desnudo de turno y respaldan a las nuevas
generaciones de activistas que primero mostraron las verguenzas del poder”. (Víctor
Sampedro, 2011)
¿Os suena
a algo todo esto? Pues sí, este recordatorio no es casualidad. En unos días, se
cumple un año de aquel 15 de mayo en el que todos despertamos. Y en el que alzamos la voz para pedir una democracia real urgentemente. Tal vez, la
creación de Assange y otros medios de comunicación globales sean el camino para
lograrlo: “Wikileaks puede regenerar y
poner en su lugar al cuarto poder, la prensa, posibilitando un nuevo ecosistema
informativo y puede, finalmente, regenerar la democracia”. (Víctor Sampedro,
2011) Crucemos los dedos.
Otros Principios
Pilar Piqueras (@karusa26)
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